17 de agosto- Conmemoración de la muerte del General San Martín

San Martín, el señor de la guerra, 
por secreto designio de Dios, 
grande fue cuando el sol lo alumbraba 
y más grande en la puesta del sol.




El santo de la espada de Ricardo Rojas

Hay en San Martín una gloria mayor que la de haberse medido con la montaña y con el mar, o que la de haber vencido, con soldados que él sacó de la nada, a las armas españolas que habían vencido a Napoleón, destrozando así el imperio secular de los reyes en el Nuevo Mundo. Esa otra gloria más grande es la virtud, excepcional en un guerrero, de haber sabido vencerse a sí mismo haber renunciado a los ascensos, los honores y los premios del triunfo en todos los lugares en que venció; haber domado de tal modo su carne que no tuvo la fruición del mando, ni del dinero, ni de la lujuria como la tuvieron tantos otros vencedores militares; haber sabido sobreponerse a la adversidad cuando se eclipsó su estrella, coronando su vida en el destierro, en la soledad y la pobreza, con el caritativo silencio de los más puros maestros espirituales. Para llegar a esto último, necesitó perdonar injurias y supo perdonarlas, acaso más que por amor a los hombres, por amor a su América, la tierra entre cuyas pasiones primitivas él fue un luminoso hijo del sol. Siete días después de Maipú, San Martín tuvo otro de esos gestos magnánimos, frecuentes en su vida. Osorio, al fugar, había dejado la valija de su correspondencia secreta, que cayó en poder de O'Brien, y éste la entregó cerrada a su jefe. Esa valija guardaba cartas de espías y traidores que avisaban desde Santiago a los realistas, los movimientos de los patriotas San Martín pudo utilizarlas como cabeza de procesos y motivos de venganza; pero optó por quemar esos documentos. El 12 de abril se dirigió con el fiel O'Brien a un rancho de El Salto, en las afueras de la capital, y allá, sin testigos imprudentes, mandó encender una fogata, en la que fue arrojando, con su propia mano, aquellos papeles de infamia. San Martín, sentado en una tosca silla, a la sombra de un árbol y con el paisaje de los Andes en torno, veía la llama roja retorcerse en el aire, mientras las cartas quedaban convertidas en cenizas y sepultadas en ellas los nombres de los que traicionaron. En aquel sitio, O'Brien construyó, años después, una cabaña de recreo, en la que conservó la silla de San Martín con un letrero en que rememoraba aquel gesto de bondad. Sobrellevó enfermedades, trabajos, pobrezas, ingratítudes y calumnias con impresionante resignación. De entre esos fuegos salió purificado como los metales más nobles, y en ello consistió su santidad. Renunció a sueldos, ascensos, mandos, premios y honores. Le regaló Chile diez mil pesos, y él los donó para una biblioteca pública; le regaló una chacra, y destinó sus frutos a costear un vacunador y un hospital de mujeres. A su capataz de Los Barriales ordenábale desde Europa, siendo él pobre, dar de comer a los pobres del lugar con las cosechas de la finca. En el campo de Maipú, abrazó al vencido general Osorio; en la cárcel de San Luis quitó él mismo las cadenas a un prisionero realista; en la conferencia de Punchauca brindó por la reconciliación con España. Tal es la virtud de este santo laico. 

Hoy a las 21,30 se estrena por Canal Encuentro este film que dirigió Juan José Campanella sobre le campaña más ambiciosa de nuestro Gran General:


"SEAMOS LIBRES QUE LO DEMÁS NO IMPORTA NADA"

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