Parecía fatigado y algunos de nosotros estábamos seguros de haberlo visto ya y de haber comprado algo que ofrecía. Ahora, todos lo escuchaban: los que seguían con los ojos cerrados, la señora del pañuelo en la cabeza, la de la nena en brazos, el viejito y el señor del portafolios, el muchacho sin saco, y la rubiecita aferrada a su novio. Carraspeó y, como si lo recordara de pronto, cobrando ánimos, aplaudió el aire delante de su cara, a la manera de los magos antiguos: - "Les ofrezco una idea. No está completa, no puedo afirmar que sea original, no puedo asegurar que funcione de la misma manera para todos ... Pero sé que es una buena idea - sonrió, como si suspirara - porque antes de ofrecerla a los señores pasajeros, la he probado yo mismo." - Se calló un momento, con ese sabio silencio de los buenos vendedores. Y cuando volvió a hablar, había cambiado totalmente de tono.-"Señoras y señores pasajeros: todos nosotros compramos, cada día, minuciosas relatos de muerte impune, miserables recuentos de crueldad infinita, desbordantes crónicas de locura, devastación y sangre, reducidas a cifras de un balance en el que siempre somos perdedores. Todos nosotros desayunamos, cada mañana, la amarga realidad de que la muerte tiene mejores titulares que la vida. Ninguno, supongo, sin embargo, propondría que los diarios dejaran de publicar los asesinatos, sino que los asesinos dejaran de gozar de buena salud para celebrarlos. Entretanto, como el tema es urgente, tendríamos que buscar otro espacio para vendernos a nosotros mismos los titulares que testimonian que no todo está perdido. Un espacio interior, pero expresivo." - Sacó un pañuelo, se secó la cara desordenadamente y se quedó mirándolo, como si no recordará para qué servía. Lo arrugó en la mano y, mientras parecía ruborizarse casi violentamente, abrió los brazos con una fuerza insospechada y gritó, pero como si suplicara: - "Hagamos una lista, cada uno la suya, una lista humilde, pero minuciosa, de todos los gestos y toda la gente que nos hacen bien. Una lista personal, sin prioridades, sin famas, sin mayúsculas ... Con el perdón de los señores pasajeros y sólo a manera de ejemplo, leeré la mía." - El papelito que sacó del bolsillo estaba doblado en cuatro y escrito de ambos lados. Recitó, con pudor pero en voz alta: - Mi primo Tito, que es médico porque le gusta curar a la gente y que tiene úlcera porque traga todo el dolor para aliviar; los señores Álvarez Marián y Barbeito y la Señorita Marta, que venden máquinas de escribir, enfrente de mi casa, y tratan a todo el mundo como a un semejante; el dueño del garage que hace favores como si viviera de eso y el Morocho que lava los coches mientras da consejos que parecen abrazos; el cartero que entrega las cartas con dirección equivocada, porque se siente responsable de que la comunicación no se interrumpa; mi abuela con nombre de flor, que enterró a sus hijas y siguió siendo capaz de querer a los hijos de otras..." - Se detuvo de pronto, miró de frente, con los ojos extrañamente húmedos. Dobló el papelito despidiéndose: - "Muchas gracias por su atención, señoras y señores pasajeros. Y espero que pasen ustedes un buen día." -Mientras guardaba la lista, algunos comenzaron a rebuscar billetes en sacos y carteras. Otros, sin embargo, eligieron un pago diferente. Empezaron una lista en un papel cualquiera, escribiendo con letra chiquita.
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Gaby
- "Muy buenos días, señoras y señores pasajeros!" - El cielo estaba gris, el vagón frío, éramos muchos y casi todos nos hubiéramos reconocido si alguna vez nos hubiéramos mirado. Sin embargo, la voz del vendedor sí pareció despertar una especie de recuerdo.... - "Como ven, no traigo entre las manos nada para venderles ..." era casi irritante, porque el hombre hablaba con timidez abrumadora, y no resultaba sencillo con él, como con otros, limitarse a esperar que terminara, previendo su discurso y sin mirarlo. - Hace un tiempo empecé en esta tarea y aunque la mercadería que ofrezco me ha costado tan cara, que no quisiera vivir otra vida en la que me viera obligado a pagarla, la ofrezco sin precio fijo. El sistema es raro, pero la oferta tampoco es fácil de encontrar en los negocios y prefiero que las damas y caballeros presentes la adquieran sólo en el caso de que, como a mí, les parezca de uso indispensable, y pagando no lo que crean que vale sino lo que sientan que pueden. A lo mejor así, ustedes y yo podemos seguir manteniendo este sistema.."-
Parecía fatigado y algunos de nosotros estábamos seguros de haberlo visto ya y de haber comprado algo que ofrecía. Ahora, todos lo escuchaban: los que seguían con los ojos cerrados, la señora del pañuelo en la cabeza, la de la nena en brazos, el viejito y el señor del portafolios, el muchacho sin saco, y la rubiecita aferrada a su novio. Carraspeó y, como si lo recordara de pronto, cobrando ánimos, aplaudió el aire delante de su cara, a la manera de los magos antiguos: - "Les ofrezco una idea. No está completa, no puedo afirmar que sea original, no puedo asegurar que funcione de la misma manera para todos ... Pero sé que es una buena idea - sonrió, como si suspirara - porque antes de ofrecerla a los señores pasajeros, la he probado yo mismo." - Se calló un momento, con ese sabio silencio de los buenos vendedores. Y cuando volvió a hablar, había cambiado totalmente de tono.-"Señoras y señores pasajeros: todos nosotros compramos, cada día, minuciosas relatos de muerte impune, miserables recuentos de crueldad infinita, desbordantes crónicas de locura, devastación y sangre, reducidas a cifras de un balance en el que siempre somos perdedores. Todos nosotros desayunamos, cada mañana, la amarga realidad de que la muerte tiene mejores titulares que la vida. Ninguno, supongo, sin embargo, propondría que los diarios dejaran de publicar los asesinatos, sino que los asesinos dejaran de gozar de buena salud para celebrarlos. Entretanto, como el tema es urgente, tendríamos que buscar otro espacio para vendernos a nosotros mismos los titulares que testimonian que no todo está perdido. Un espacio interior, pero expresivo." - Sacó un pañuelo, se secó la cara desordenadamente y se quedó mirándolo, como si no recordará para qué servía. Lo arrugó en la mano y, mientras parecía ruborizarse casi violentamente, abrió los brazos con una fuerza insospechada y gritó, pero como si suplicara: - "Hagamos una lista, cada uno la suya, una lista humilde, pero minuciosa, de todos los gestos y toda la gente que nos hacen bien. Una lista personal, sin prioridades, sin famas, sin mayúsculas ... Con el perdón de los señores pasajeros y sólo a manera de ejemplo, leeré la mía." - El papelito que sacó del bolsillo estaba doblado en cuatro y escrito de ambos lados. Recitó, con pudor pero en voz alta: - Mi primo Tito, que es médico porque le gusta curar a la gente y que tiene úlcera porque traga todo el dolor para aliviar; los señores Álvarez Marián y Barbeito y la Señorita Marta, que venden máquinas de escribir, enfrente de mi casa, y tratan a todo el mundo como a un semejante; el dueño del garage que hace favores como si viviera de eso y el Morocho que lava los coches mientras da consejos que parecen abrazos; el cartero que entrega las cartas con dirección equivocada, porque se siente responsable de que la comunicación no se interrumpa; mi abuela con nombre de flor, que enterró a sus hijas y siguió siendo capaz de querer a los hijos de otras..." - Se detuvo de pronto, miró de frente, con los ojos extrañamente húmedos. Dobló el papelito despidiéndose: - "Muchas gracias por su atención, señoras y señores pasajeros. Y espero que pasen ustedes un buen día." -Mientras guardaba la lista, algunos comenzaron a rebuscar billetes en sacos y carteras. Otros, sin embargo, eligieron un pago diferente. Empezaron una lista en un papel cualquiera, escribiendo con letra chiquita.
Parecía fatigado y algunos de nosotros estábamos seguros de haberlo visto ya y de haber comprado algo que ofrecía. Ahora, todos lo escuchaban: los que seguían con los ojos cerrados, la señora del pañuelo en la cabeza, la de la nena en brazos, el viejito y el señor del portafolios, el muchacho sin saco, y la rubiecita aferrada a su novio. Carraspeó y, como si lo recordara de pronto, cobrando ánimos, aplaudió el aire delante de su cara, a la manera de los magos antiguos: - "Les ofrezco una idea. No está completa, no puedo afirmar que sea original, no puedo asegurar que funcione de la misma manera para todos ... Pero sé que es una buena idea - sonrió, como si suspirara - porque antes de ofrecerla a los señores pasajeros, la he probado yo mismo." - Se calló un momento, con ese sabio silencio de los buenos vendedores. Y cuando volvió a hablar, había cambiado totalmente de tono.-"Señoras y señores pasajeros: todos nosotros compramos, cada día, minuciosas relatos de muerte impune, miserables recuentos de crueldad infinita, desbordantes crónicas de locura, devastación y sangre, reducidas a cifras de un balance en el que siempre somos perdedores. Todos nosotros desayunamos, cada mañana, la amarga realidad de que la muerte tiene mejores titulares que la vida. Ninguno, supongo, sin embargo, propondría que los diarios dejaran de publicar los asesinatos, sino que los asesinos dejaran de gozar de buena salud para celebrarlos. Entretanto, como el tema es urgente, tendríamos que buscar otro espacio para vendernos a nosotros mismos los titulares que testimonian que no todo está perdido. Un espacio interior, pero expresivo." - Sacó un pañuelo, se secó la cara desordenadamente y se quedó mirándolo, como si no recordará para qué servía. Lo arrugó en la mano y, mientras parecía ruborizarse casi violentamente, abrió los brazos con una fuerza insospechada y gritó, pero como si suplicara: - "Hagamos una lista, cada uno la suya, una lista humilde, pero minuciosa, de todos los gestos y toda la gente que nos hacen bien. Una lista personal, sin prioridades, sin famas, sin mayúsculas ... Con el perdón de los señores pasajeros y sólo a manera de ejemplo, leeré la mía." - El papelito que sacó del bolsillo estaba doblado en cuatro y escrito de ambos lados. Recitó, con pudor pero en voz alta: - Mi primo Tito, que es médico porque le gusta curar a la gente y que tiene úlcera porque traga todo el dolor para aliviar; los señores Álvarez Marián y Barbeito y la Señorita Marta, que venden máquinas de escribir, enfrente de mi casa, y tratan a todo el mundo como a un semejante; el dueño del garage que hace favores como si viviera de eso y el Morocho que lava los coches mientras da consejos que parecen abrazos; el cartero que entrega las cartas con dirección equivocada, porque se siente responsable de que la comunicación no se interrumpa; mi abuela con nombre de flor, que enterró a sus hijas y siguió siendo capaz de querer a los hijos de otras..." - Se detuvo de pronto, miró de frente, con los ojos extrañamente húmedos. Dobló el papelito despidiéndose: - "Muchas gracias por su atención, señoras y señores pasajeros. Y espero que pasen ustedes un buen día." -Mientras guardaba la lista, algunos comenzaron a rebuscar billetes en sacos y carteras. Otros, sin embargo, eligieron un pago diferente. Empezaron una lista en un papel cualquiera, escribiendo con letra chiquita.
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Cuentos,
Literatura
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