"Hoy como ayer/ necesitamos olvido y el placer/ de ver a los artistas/ esos ilusionistas/ que hacen el mundo desaparecer", pedía María Elena Walsh en "Viejo varieté". Y Enrique Pinti redoblaba después la apuesta en "Salsa criolla", asegurando que "pasan las crisis y pasan las guerras/ pasa la prensa sensacionalista/ las prohibiciones, las listas negras,/ quedan los artistas".
[...] El instinto de desobediencia que late en cualquier creador genuino marcó siempre una tensión enriquecedora con las formas artísticas institucionalizadas y sus cultores que, por su parte, a veces pactan con el poder y a veces simulan pactar pero lo traicionan. Y por cierto el escenario siempre fue un espacio engañoso donde los cuerpos de los intérpretes -tanto actores, como bailarines o músicos- se proponen como fantasmas, caricaturas o espejos metafóricos del cuerpo social, pero nunca como réplicas o símiles. Una sutileza que nunca resultó de fácil lectura para el tosco y básico autoritarismo de la derecha. Lo que determinó que entre el despotismo y el arte no pudiera superarse nunca el diálogo de sordos. Pero con una ventaja: eso hizo posible que el teatro burlara a veces -no sin riesgo, desde ya- algunas históricas y recientes mordazas. Es que el teatro fue desde sus inicios un espacio para el desafío.
Hoy como ayer, el sarcasmo "¡Que revienten los artistas!", con que bautizó uno de sus espectáculos el genial Tadeusz Kantor, desnuda el deseo y la intención de los imbéciles con poder. Pero a la vista está, también, que "esos ilusionistas" de que habla la canción de María Elena tienen la indócil habilidad de desmarcarse de sus mandones. Y de volver a armar sus tablados siempre un poco más allá de donde llegan las miradas cortas. Porque lo que en el arte está en constante expansión son sus fronteras.
1 comentarios:
despuès de leer este artìculo que subió Sabian, no puedo dejar de relacionarlo con la experiencia de ver Dràcula y Chicago el sábado pasado, los artistas argentinos son rebeldes, rebeldes en el sentido romántico del término, crean mundos subjetivos que identifican luego a un colectivo de imaginaciones... Drácula deslumbra e hipnotiza desde lo actora, musical y la fastuosidad de su producciòn, y Chicago divirte y hace reflexionar desde el humor con el que se denuncia a la corrupción y se critica al mundo del espectáculo.
Buenísimo el artículo y gracias por hacerme recordar para qué sirve le Arte: para defendernos de lo vulgar.
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