En Historias de Cronopios y de Famas, nuestro gran Julio juega con el humor absurdo y la cotidianidad. Este cuento corto, distendido y simpático se transforma en una doble pieza disfrutable cuando la voz del mismo autor es la que nos narra las vicisitudes de Gómez y su metro cuadrado de tierra.
Además de acercarles la voz de Cortázar con su inmortal acento parisino, les dejamos como siempre el texto...
Este posteo tiene dedicatoria: es para Mony.
Gómez
es un hombre modesto y borroso que sólo le pide a la vida un pedacito bajo el
sol, el diario con noticias exaltantes y un choclo hervido con poca sal pero,
eso sí, con bastante manteca. A nadie le puede extrañar entonces que apenas
haya reunido la edad y el dinero suficientes este sujeto se traslade al campo,
busque una región de colinas agradables y pueblecitos inocentes y se compre un
metro cuadrado de tierra para estar lo que se dice en su casa. Esto del metro
cuadrado puede parecer raro y lo sería en condiciones ordinarias, es decir sin
Gómez y sin Literio. Como a Gómez no le interesa más que un pedacito de tierra
donde instalar su reposera verde y sentarse a leer el diario y a hervir su
choclo con ayuda de un calentador Primus, sería difícil que alguien le vendiera
un metro cuadrado, porque, en realidad, nadie tiene un metro cuadrado sino
muchísisimos metros cuadrados, y vender un metro cuadrado en mitad o al extremo
de los otros metros cuadrados plantea problemas de catastro, de convivencia, de
impuestos y además, es ridículo y no se hace, qué tanto. Y cuando Gómez,
llevando la reposera con el Primus y los choclos empieza a desanimarse después
de haber recorrido gran parte de los valles y las colinas, se descubre que
Literio tiene entre dos terrenos justo un rincón que mide un metro cuadrado y
que por hallarse entre dos solares comprados en épocas diferentes posee una
especie de personalidad propia, aunque en apariencia no sea más que un montón
de pasto con un cardo apuntando hacia el norte. El notario y Literio se mueren
de risa durante la firma de la escritura, pero dos días después, Gómez ya está
instalado en su terreno en el que pasa todo el día leyendo y comiendo hasta que
al atardecer regresa al hotel del pueblo donde tiene alquilada una buena habitación,
porque Gómez será loco pero nada idiota, y eso hasta Literio y el notario están
prontos a reconocer, con lo cual el verano en los valles va pasando
agradablemente aunque de cuando en cuando hay turistas que han oído hablar del
asunto y se asoman para mirar a Gómez leyendo en su reposera. Una noche un
turista venezolano se anima a preguntarle a Gómez por quó ha comprado solamente
un metro cuadrado de tierra y para qué puede servir esa tierra, a parte de
colocar la reposera, en tanto el turista venezolano como los otros estupefactos
contertulios, escuchan esta respuesta: Usted parece ignorar que la propiedad de
un terreno se extiende desde de la superficie hasta el centro de la tierra:
¡Calcule entonces!.- Nadie calcula, pero todos tienen la visión de un pozo
cuadrado que baja, baja y baja hasta no se sabe dónde y de alguna manera eso
parece más importante que cuando se tienen trece hectáreas y se tiene que
imaginar un agujero de semejante superficie que baje, baje y baje. Por eso,
cuando los ingenieros llegan tres semanas depués, todo el mundo se da cuenta
que el venezolano no se ha tragado la píldora y ha sospechado el secreto de
Gómez, o sea, que en esta zona debe haber petróleo. Literio es el primero en
permitir que le arruinen sus campos de alfalfa y girasol con insensatas
perforaciones que llenan la atmósfera de malsanos humos, los demas propietarios
perforan noche y día en todas partes y hasta se da el caso de una pobre señora
que, entre grandes lágrimas, tiene que correr la cama de tres generaciones de
honestos labriegos, porque los ingenieros han localizado una zona neurálgica en
el mismo medio del dormitorio. Gómez observa de lejos las operaciones, sin
preocuparse mayor cosa aunque el ruido de las máquinas lo distrae de las
noticias del diario. Por supuesto, nadie le ha dicho algo sobre su terreno y él
no es hombre curioso y sólo contesta cuando le hablan, por eso responde que no
cuando el emisario del consorcio petrolero venezolano se confiesa vencido y va
a verlo para que le venda el metro cuadrado, el emisario tiene órdenes de
comprar a cualquier precio y empieza a mencionar cifras que suben a razón de
cinco mil dólares por minuto, con lo cual al cabo de tres horas, Gómez pliega
la reposera, guarda el Primus y el choclo en la valijita y firma un papel que
lo convierte en el hombre más rico del país, siempre y cuando se encuentre
petróleo en su terreno, cosa que ocurre justamente una semana más tarde, en
forma de un chorro que deja empapada a la familia de Literio y a todas las
gallinas de la zona. Gómez, que está muy sorprendido se vuelve a la ciudad
donde comenzó su existencia y se compra un departamento en el piso más alto de
un rascacielos, pues ahí hay una terraza a pleno sol para leer el diario y
hervir el choclo sin que vengan a distraerlo venezolanos sabiesos ni gallinas
tejidas de negro con la indignación que siempre manifiestan estos animales
cuando se les rocía con petróleo bruto.
0 comentarios:
Publicar un comentario