El teléfono, la radio, la computadora fueron verdaderas revoluciones de lo cotidiano. Pero, ¿qué cambio radical trajo la invención del celular?
POR BEATRIZ SARLO*.
La llegada de la computadora fue un cambio sólo comparable con los comienzos del teléfono y la radio, o sea, más allá de sus diferencias técnicas, la comunicación a distancia de música y de voces. La televisión ofreció un completamiento espectacular de lo que la radio ya prometía.
La computadora fue algo parecido. Se sabía que en los institutos de investigación y las grandes empresas trabajaban con desmesurados aparatos tan multifuncionales como inaccesibles. Sin embargo, casi de repente, la computadora se miniaturizó. En 1988 escribí el primer libro completo en computadora y todo lo que, hasta ese momento, había exigido semana tras semana de corrección y pasado en limpio, numeración de notas, armado de listas y bibliografías, se volvió una actividad que casi no requería esfuerzo. En el instituto donde yo trabajaba, dos mujeres y un hombre fuimos los únicos que quisimos aprender inmediatamente a utilizar la máquina. Una de las mujeres estaba obligada a hacerlo, porque de ello dependía su empleo; en mi caso, la computadora no fue una amenaza de desocupación, sino una especie de regalo que la tecnología depositaba sobre mi escritorio.
A no dudarlo, desde que aprendí a escribir a los seis años, la computadora fue mi nueva gran experiencia en la técnica de registrar y conservar textos. No hubo otra igual. El correo electrónico no se le acerca porque, con una semana de plazo, el correo sobre papel puede cumplir aproximadamente sus mismas funciones. Podría carecer de correo electrónico y mi vida sólo se volvería un poco más pausada. Internet en
cambio es tan irremplazable como la computadora: aunque para usarla, lo mejor es manejarse muy bien en el mundo de los libros y de los escritos sobre papel. Internet ofrece, y más a personas baqueanas en leer velozmente y en leer bien, una masa de textos que, de otro modo, sería inaccesible por razones, en primer lugar, económicas. Nunca, por ejemplo, podría pagarme la cantidad de diarios argentinos y extranjeros, de revistas web, que consumo por ocio o necesidad.
Ahora bien, sólo una vez en todos estos años utilicé un teléfono celular. Estaba en el entierro de un dirigente político en un cementerio del Gran Buenos Aires, y debí avisar que no llegaría a dar una clase a la hora convenida. Sólo en esa oportunidad no hubo otro medio al alcance de la mano. De no haber aceptado
el ofrecimiento de un celular, tampoco hubiera sucedido ninguna catástrofe. Ni antes ni después necesité uno y creo estar perfectamente conectada. Sin embargo hay otros usos. Después del atentado en la estación madrileña de Atocha, los mensajes de texto enviados por celular fueron un elemento importante de la movilización de los jóvenes. Y hoy las noticias informan que los inmigrantes, capturados en Ceuta y Melilla y devueltos a Marruecos, se comunican con celulares cuyas baterías han sido reemplazadas por una ristra de pilas. Su vida depende de ese nexo frágil, ya que son traslados por el desierto, sin agua ni comida, o se ocultan en bosques cuya localización es preciso trasmitir a las organizaciones de ayuda. Una amiga brasileña, cronista de O Globo , me cuenta que la mujer que limpia su casa llama a la villa donde vive para controlar si su hija está bien guarecida cuando, por televisión, se entera de que ha empezado un tiroteo entre narcotraficantes. Tanto ella como su hija dependen del celular. Pero, para quienes no viven bajo estas condiciones extremas, el celular replica un servicio que ya existe. Es el clon móvil del teléfono. Persiguiendo una diferencia (que es el motor del mercado), las empresas le agregan un poco de todo: cámaras de fotos, jueguitos, música, concursos, servicios de noticias, mensajes de texto y de voz y, por supuesto, los ringtones . El otro día, un vagón entero de subterráneo fue despertado del sopor por una música a todo volumen. La chica de donde provenía ese ruido desajustado debía de ser sorda, porque lo dejó sonar unos segundos, para atenderlo finalmente a los gritos, con la cara beatífica de quien recibe una llamada desde el séptimo cielo.
* ESCRITORA Y ENSAYISTA
La computadora fue algo parecido. Se sabía que en los institutos de investigación y las grandes empresas trabajaban con desmesurados aparatos tan multifuncionales como inaccesibles. Sin embargo, casi de repente, la computadora se miniaturizó. En 1988 escribí el primer libro completo en computadora y todo lo que, hasta ese momento, había exigido semana tras semana de corrección y pasado en limpio, numeración de notas, armado de listas y bibliografías, se volvió una actividad que casi no requería esfuerzo. En el instituto donde yo trabajaba, dos mujeres y un hombre fuimos los únicos que quisimos aprender inmediatamente a utilizar la máquina. Una de las mujeres estaba obligada a hacerlo, porque de ello dependía su empleo; en mi caso, la computadora no fue una amenaza de desocupación, sino una especie de regalo que la tecnología depositaba sobre mi escritorio.
A no dudarlo, desde que aprendí a escribir a los seis años, la computadora fue mi nueva gran experiencia en la técnica de registrar y conservar textos. No hubo otra igual. El correo electrónico no se le acerca porque, con una semana de plazo, el correo sobre papel puede cumplir aproximadamente sus mismas funciones. Podría carecer de correo electrónico y mi vida sólo se volvería un poco más pausada. Internet en
cambio es tan irremplazable como la computadora: aunque para usarla, lo mejor es manejarse muy bien en el mundo de los libros y de los escritos sobre papel. Internet ofrece, y más a personas baqueanas en leer velozmente y en leer bien, una masa de textos que, de otro modo, sería inaccesible por razones, en primer lugar, económicas. Nunca, por ejemplo, podría pagarme la cantidad de diarios argentinos y extranjeros, de revistas web, que consumo por ocio o necesidad.
Ahora bien, sólo una vez en todos estos años utilicé un teléfono celular. Estaba en el entierro de un dirigente político en un cementerio del Gran Buenos Aires, y debí avisar que no llegaría a dar una clase a la hora convenida. Sólo en esa oportunidad no hubo otro medio al alcance de la mano. De no haber aceptado
el ofrecimiento de un celular, tampoco hubiera sucedido ninguna catástrofe. Ni antes ni después necesité uno y creo estar perfectamente conectada. Sin embargo hay otros usos. Después del atentado en la estación madrileña de Atocha, los mensajes de texto enviados por celular fueron un elemento importante de la movilización de los jóvenes. Y hoy las noticias informan que los inmigrantes, capturados en Ceuta y Melilla y devueltos a Marruecos, se comunican con celulares cuyas baterías han sido reemplazadas por una ristra de pilas. Su vida depende de ese nexo frágil, ya que son traslados por el desierto, sin agua ni comida, o se ocultan en bosques cuya localización es preciso trasmitir a las organizaciones de ayuda. Una amiga brasileña, cronista de O Globo , me cuenta que la mujer que limpia su casa llama a la villa donde vive para controlar si su hija está bien guarecida cuando, por televisión, se entera de que ha empezado un tiroteo entre narcotraficantes. Tanto ella como su hija dependen del celular. Pero, para quienes no viven bajo estas condiciones extremas, el celular replica un servicio que ya existe. Es el clon móvil del teléfono. Persiguiendo una diferencia (que es el motor del mercado), las empresas le agregan un poco de todo: cámaras de fotos, jueguitos, música, concursos, servicios de noticias, mensajes de texto y de voz y, por supuesto, los ringtones . El otro día, un vagón entero de subterráneo fue despertado del sopor por una música a todo volumen. La chica de donde provenía ese ruido desajustado debía de ser sorda, porque lo dejó sonar unos segundos, para atenderlo finalmente a los gritos, con la cara beatífica de quien recibe una llamada desde el séptimo cielo.
* ESCRITORA Y ENSAYISTA
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